Las empresas que Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard acordaron que fueran las responsables de aplicar la encuesta para definir quién de los dos se encuentra mejor posicionado para ser el candidato de la izquierda a la Presidencia de la República, empezaron a desarrollar este ejercicio el pasado 4 de noviembre con miras a dar a conocer sus resultados el día 15.
Los cálculos que al respecto hacen los diversos sectores políticos y la opinión pública son diversos y de índole muy distinta: más allá de las expectativas de cuál de los dos precandidatos resulte triunfante, lo que el PRI, el PAN y los sectores más conservadores esperan jubilosos es que de este proceso la izquierda salga muy dividida. Entre otros sectores sociales y entre los propios militantes de izquierda este escenario también se considera como probable a la luz de experiencias recientes. Y entre los partidarios de uno y otro candidato las expectativas de triunfo parecen estar no sólo sobrevaloradas, sino absolutizadas.
Tanto López Obrador como Ebrard han manifestado su compromiso de acatar los resultados de la encuesta, en tanto que Cuauhtémoc Cárdenas ha manifestado su disposición a contender, en caso de ser necesario, a participar como candidato en la elección constitucional, lo cual puede interpretarse como la previsión de un escenario en el que eventualmente los desacuerdos entre los candidatos fueran insalvables. Pero ni los compromisos de López Obrador y Ebrard para acatar los resultados de la encuesta, ni la disposición de Cárdenas a impedir una ruptura interna en el propio PRD son suficientes para remontar la debilidad electoral que se padece.
Para lograr la competitividad en la contienda constitucional, se requiere mucho más que tratar de evitar un ruidoso rompimiento: será necesario que la parte que no resulte vencedora actúe sin recelo y con la máxima generosidad, aportando sus arrestos en una campaña en la que se potencien los alcances de sus esfuerzos, tal como lo hicieron en su momento Heberto Castillo y el PMS, al declinar su candidatura para sumarse a la de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y construir una organización y un proyecto político que hoy muchos quisieran refundar o reconstruir.
Será también necesario que la parte triunfadora tenga la apertura y la sabiduría para enriquecerse con los mejores planteamientos y la fuerza acumulada de quienes circunstancialmente caminaron en rutas divergentes pero paralelas.
Para un amplio sector de la opinión pública, es casi impensable la posibilidad de revertir de forma contundente en el 2012 la desventaja que en este momento tiene la izquierda respecto al PRI en cuanto a la intención del voto. No obstante la responsabilidad de quienes están involucrados en la conducción electoral de la izquierda es asumir el reto y prepararse para dar la lucha y continuarla aun después de las elecciones.
El compromiso de la izquierda partidaria debe ser luchar por las causas populares en la circunstancia que sea: como gobierno o como oposición. Es necesario por lo tanto y desde ahora disponerse a erradicar tanto las actitudes derrotistas como las voluntaristas.
La izquierda partidaria no puede resignarse de antemano a perder la elección constitucional, pero también debe prepararse para que si no logra triunfar, al menos sea patente que no fue por sus desavenencias, de no ser así, sin lugar a dudas la derecha se sentirá más alentada para avanzar en las reformas estructurales que el neoliberalismo reclama y para intensificar su política antipopular, represiva, militarista y de subordinación proyanqui.
En el Distrito Federal, los gobiernos surgidos de la izquierda no han revertido las políticas económicas neoliberales que han golpeado a la población. Esto parcialmente se debe a los límites propios de las facultades de la Jefatura de Gobierno y de la Asamblea Legislativa, pero también a la escasa sensibilidad de estas instancias para establecer con sus representados una vinculación ajena a todo intento de subordinación. Por otra parte, la debilidad organizativa y programática de la población y de sus movimientos sociales no ha permitido constituir una fuerza capaz de al menos detener la ofensiva de estas políticas económicas.
No obstante es necesario valorar que en el Distrito Federal es en donde antes de 1988 el PRI ya no ganaba las elecciones, en donde el rechazo a las ideologías más retrógradas y la mentalidad de la población es más abierta, en donde el nivel de preparación de sus habitantes es mayor a la media nacional y es también en donde los gobiernos de izquierda han resistido la embestida los poderes fácticos y del gobierno federal.
Un avance sustancial de la candidatura presidencial de la izquierda será posible si los distintos grupos son capaces de trabajar con unidad y con decisión para:
1) Hacer patentes los aspectos gubernamentales que han distinguido al DF lrespecto de las prácticas de los priistas y panistas que padecen en otras entidades federativas y a partir de esto mostrar el compromiso de consolidar los logros obtenidos y generalizarlos a todo el país.
2) Elaborar un programa para revertir en su primera fase la desaparición y los retrocesos de las conquistas populares que han impuesto las políticas neoliberales de los gobiernos priistas y panistas, en el que se precisen los mecanismos, los ritmos y los tiempos en los que se proyecte desarrollarlo.
3) Diseñar un proyecto concreto de desarrollo que permita que México deje de ser uno de los países en el que la desigualdad económica está más polarizada y en el que cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres.
4) Plantear los lineamientos que se impulsarán para garantizar la seguridad de la población en un marco de libertad y respeto a las garantías constitucionales y en el que la convivencia social y las actividades de desarrollo comunitario y de solidaridad no estén amenazadas por la militarización ni por la delincuencia.
La población en general y los movimientos sociales en particular así se encontrarían con menores riesgos y con mejores condiciones para resistir los embates de las políticas antipopulares y represivas y para luchar por sus reivindicaciones gracias a su propia fortaleza, lo que se reforzaría con una izquierda electoral también vigorosa. Así ocurrió en 1989, el auge del movimiento social, especialmente el obrero –aunque no se había manifestado organizadamente en la contienda electoral del año anterior– sí contó con una cobertura significativa por el fortalecimiento de la oposición de la izquierda partidaria en ese periodo.
Sin un fortalecimiento sensible de la izquierda, un sector importante de electores podría optar por el que considerara el menos indeseable de los dos punteros, práctica que se conoce como el “voto útil” o “voto negativo” (ni siquiera en favor del menos malo, sino en contra del que considera peor de los dos que muestra posibilidad de ganar), con lo cual, aunque no sea su propósito, fortalece a la derecha y por lo tanto la envalentona para continuar profundizando las políticas neoliberales, represivas y contrarias a la soberanía nacional.
Si todo lo anterior logra concitar una votación suficiente para ganar la elección a la derecha y la voluntad popular se impone, las acciones de gobierno contarán con una legitimidad y un respaldo alentador para hacer frente a las presiones de los grupos de poder, pero si la votación no alcanzara para lograr el triunfo, pero sí para mostrar un fortalecimiento sustancial de la izquierda electoral, al menos se contará con condiciones favorables para desarrollar una actividad política eficaz de oposición a las políticas devastadoras que proyecta la derecha en su guerra contra el pueblo.
México, D. F. a 7 de noviembre de 2011.
Raúl Alvarez Garín, Félix Hernández Gamundi, Carolina Verduzco Ríos, Alejandro Alvarez Béjar, Victor Moreno Peña.