Por Francisco Sagal.
El imperialismo es un fenómeno que surgió entre
el siglo XVIII y XIX en la sociedad política dominada por el capitalismo. A Carlos
Marx le tocó estudiar el capitalismo de la libre empresa, de la competencia y
el mercado, y también estableció la ley del valor, de la plusvalía, del
intercambio desigual, de la concentración de capitales y puso bases para el
estudio del estado monopolista.
El imperialismo es el fenómeno de destrucción y alienación
de los pueblos por el mismo proceso que permite la expansión del capitalismo.
Lo mismo ocurrió a Irlanda con respecto a Inglaterra, que a América Latina con
respecto a los países imperiales. Hablar del sistema imperialista es referirse
a la desposesión de las naciones. Recordemos la expropiación sangrienta y
aniquiladora por parte de los colonos ingleses de los territorios indígenas en
Estado Unidos, así como la invasión y la conquista española de los territorios
de América Latina, en donde el oro extraído se calculaba en el valor de toda la
industria movida al vapor en Europa. En Francia la trata de negros representó
durante el siglo XVIII quinientos millones de libras oro, y las ganancias en la
Antillas en más de trescientos millones libras oro. El imperialismo inglés
sobre la India significó más de ciento cincuenta millones de libras oro.
Con base en esto el imperialismo es el estado superior del
capitalismo en su época de los monopolios y las empresas trasnacionales. Este se
ha valido de las grandes corporaciones para expandirse territorialmente en aras
de hegemonizar el mercado mundial, subordinando a los países subdesarrollados a
las políticas de organismos internacionales y a los intereses de los
estados-nación dominantes.
El fenómeno del imperialismo no ha dejado de crecer, ha
madurado en esta época donde los mecanismos de la democracia moderna se autopresentan
como “única” forma de organización política, una vez que el proyecto del llamado
socialismo real del siglo XX se colapsó.
Las características principales del imperialismo son la concentración
de la riqueza mundial en unas cuantas manos, provoca el desarrollo polarizado
entre países pobres y países ricos, el atraso y la falta de industrialización
de los países tercermundistas, el desempleo generalizado para tener una fuerza
laboral de reserva que provoque el desvaloramiento de la fuerza de trabajo
internacional. Mientras hay un desarrollo urbano y cosmopolita de los países centrales,
la periferia vive en la pobreza con falta de servicios públicos básicos.
Las élites políticas nacionalistas tienden a alinearse a los
designios de la política estadounidense para desarrollar nuevos modelos de
industrialización subordinada, de financiamiento y endeudamiento, de tecnología
y de control militar. Implementando reformas estructurales que garanticen la
consolidación de nuevos modelos de acumulación de capital y despojo, el
imperialismo madura en pleno siglo XXI.
En el caso de México, donde desde hace treinta años se desarrolla
un proceso de desnacionalización y privatización de la industria, de la banca,
de los servicios públicos básicos, del comercio, del campo y de los sectores
estratégicos como el energético y de los transportes, todo este proceso se
inscribe en la nueva fase del imperialismo a escala mundial comúnmente
denominada como la etapa neoliberal del sistema capitalista.
Este modelo que se
impulsó desde los gobiernos tecnócratas y entreguistas de Miguel de la Madrid
hasta Felipe Calderón –y que retomará Enrique Peña Nieto a través de la
imposición que la oligarquía pretende consumar este primero de diciembre–,
tiene como máximas expresiones la firma del Tratado de Libre Comercio (TLCAN)
con Estados Unidos, la reforma al artículo 27 constitucional, la subordinación
de la estrategia de seguridad nacional a los parámetros e intereses de la Casa
Blanca imperial por medio de la Iniciativa Mérida pero más importante a través
de la implementación de la política de militarización y balcanización que el
régimen calderonista-obamista ha desplegado a lo largo del territorio nacional,
y cuyas consecuencias son más de 60 000 muertos, junto a miles de desplazados y
desaparecidos.
Ante este proceso de desarticulación imperialista del
territorio y la sociedad nacional han surgido resistencias armadas y pacíficas,
desde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el Ejército Popular
Revolucionario (EPR), el Movimiento contra la Militarización, el Movimiento por
la Soberanía Alimentaria y Energética, el Movimiento por la Paz con Justicia y
Dignidad, la insurgencia sindical magisterial, electricista y minera, así como
los recientes movimientos estudiantiles como los normalistas rurales, estudiantiles
universitarios como el #YoSoy132, así también como las autonomías y
resistencias indígenas como Cherán y las comunidades de Guerrero, entre otros
muchos más.
Esta oleada que resiste al embate imperial-neoliberal es la única alternativa que podría rearticular a
la sociedad mexicana política y económicamente. El modelo que tratan de
profundizar con Enrique Peña Nieto es representativo de la burguesía más
corrupta y ultraconservadora de la clase política. Los mecanismos de cooptación
y fragmentación de las diversas fuerzas progresistas de izquierda es un peligro
latente. No debemos de bajar la guardia.